Los Puertos en blanco

Los Puertos en blanco
Nevada 18 de Enero de 2017

lunes, 27 de junio de 2011

SOY UN FASCISTA .....................

Soy un 'fascista'



Yo pensaba que no, pero como cada vez me lo dicen más, estoy casi por creérmelo. Soy un fascista intolerante. Mis creencias y pensamiento son profundamente reaccionarios y carezco de cualquier sensibilidad social. Cada vez me lo dicen más cuando discuto sobre cualquier tema o escribo cualquier artículo. Y es que, ciertamente, debe ser muy raro lo que quiero y lo que creo. Por ejemplo:
Soy fascista porque creo que el PSOE no ha sabido gestionar la crisis económica. Cuando el PSOE llegó al poder en 2004 había poco más de 2 millones de parados y ahora tenemos 5 millones. Debe ser que los parados también son fascistas. Si no, no se explica.
Soy un fascista españolista porque no creo en las autonomías. Es profundamente reaccionario pensar que 17 gobiernos y 17 parlamentos son innecesarios y son un despilfarro pudiendo haber uno solo que gestione para toda España. Es una falta de respeto inaceptable hacia las ‘nacionalidades’ creer que buscar lo que nos separa antes que lo que nos une no lleva a nada bueno. Además, es antisocial creer que el progreso no está relacionado con la descentralización. Como ejemplo, baste decir que en Francia, por ser el país más centralista del mundo, aún llevan taparrabos, hacen pinturas rupestres y viven en cavernas.
Soy un fascista meapilas por ser católico. Pero, entonces, el 80% de los españoles que también se declaran católicos son fascistas, claro.
Soy un fascista elitista por creer en la formación, la excelencia, el trabajo y el esfuerzo. Lo progresista es creer en la subvención, el enchufismo, la sopa boba y pasar curso con 4 cates.
Soy un fascista clasista por querer una educación de calidad. Es antisocial y reaccionario aspirar a que los jóvenes tengan una buena formación en Matemáticas, Física, Química, Latín, Filosofía, Ética, Historia o Lengua Española. Es inaceptable querer que los jóvenes lean un texto y lo comprendan o que tengan una buena capacidad de pensamiento abstracto. Y, por supuesto, soy fascista por rechazar asignaturas adoctrinantes como Educación para la Ciudadanía o por no querer que se degenere a los jóvenes enseñándoles aberraciones sexuales que, además, son contrarias a los principios éticos de sus padres.
Soy un fascista ultraliberal por creer en la iniciativa social y las empresas privadas como protagonistas de la economía.
Soy un fascista insolidario por defender una fiscalidad baja y que la renta disponible de las personas sea la mayor posible.
Soy un fascista obstruccionista de la paz por defender que las víctimas del terrorismo deben ser escuchadas y que no se puede permitir que los asesinos etarras y quienes les apoyan estén en las instituciones.
Soy un fascista españolista por sentirme profundamente español y por emocionarme al escuchar el Himno Nacional o ver una bandera de España.
Soy un fascista catalanófobo, vascófobo y gallegófobo por defender la libertad de los hispanohablantes de hablar, rotular o estudiar en español en cualquier lugar de España.
Soy fascista porque creo que sindicatos, patronal y partidos políticos no deben recibir dinero público y vivir de las cuotas de sus afiliados.
Soy un fascista eurófobo por no creer en el mercadeo y la burocracia que supone la Unión Europea.
Soy un fascista antisocial porque no creo en la sanidad ni en la educación públicas sino en la sanidad y educación de calidad y acceso universal.
Soy un fascista peligroso porque creo que en las autopistas se puede circular a 140 km/h.
Soy fascista machista porque creo que la igualdad hombre-mujer no se consigue con cuotas ni con imposiciones.
Soy un fascista antiguo por afirmar que dos hombres o dos mujeres no son un matrimonio.
Soy fascista neandertal por afirmar que lo natural es la relación hombre-mujer y rechazar la conducta homosexual. Además, por supuesto, también soy homófobo, lesbianófobo, bífobo, tránsfobo y hasta necrófobo.
Soy un fascista opresor del derecho de la mujer a elegir porque creo en el derecho a la vida y en que no se puede matar a un bebé no nacido. Y no por cuestiones religiosas, sino de simple lógica. Todos fuimos embriones. Si nos hubieran matado cuando teníamos una semana, dos semanas o 3 meses de gestación, no estaríamos aquí.
Paradójicamente, también soy un fascista islamófobo porque rechazo que se margine a la mujer tras un burka o velo o porque se las prohiba conducir en Arabia Saudí.
Soy fascista porque no soy de izquierdas.
Soy fascista porque soy de derechas. Por ello, además, no soy demócrata, por supuesto.
Soy también franquista aunque naciera en 1977, cuando Franco llevaba muerto dos años y aunque no haya conocido otro jefe de Estado que Don Juan Carlos.

Soy fascista, en definitiva, porque no me callo y no me guío por consignas fáciles o por lo políticamente correcto.
Pues si ser fascista es ser todo esto, soy un pedazo facha, ciertamente.

DICCIONARIO PERROFLAUTISTICO

CÓMO ESTÁ EL PATIO

Diccionario perroflauta-español (1)

Por Pablo Molina

El sagaz lector observará cierto desorden alfabético en este breve diccionario, pero es que se trata de una obra perroflautil y por tanto anárquica en su esencia. "¿No hemos empezado a leer y ya estamos oprimiendo? ¡Fascista!".
Indignados. Universitarios y otros seres humanos con poca pasta y el tiempo libre necesario para asistir a las asambleas interminables de los acampados y sus algaradas callejeras, estas últimas convocadas mayormente contra los órganos políticos gobernados por el PP.
Fascista. Todo el que no está a favor de los indignados. En lavapiesano, farcista; en batasuno, faxista.
Derecho a la vivienda. Derecho a una vivienda gratis. O, en el peor de los casos, poniendo el interesado una pequeña parte de su propio sueldo, en caso de que el interesado de marras tenga por costumbre trabajar a cambio de uno.
Sistema. La sociedad, sus instituciones rectoras, el sistema de libre mercado, los empresarios y los medios de comunicación, a excepción de Público y La Sexta.
Opresión. Lo que el sistema receta al indignado. El sistema le oprime porque no le permite vivir sin pegar golpe en un estado de eterna adolescencia, que es a lo que aspira cualquier persona con un mínimo compromiso ético.
Igualdad. Situación en que el indignado tiene más dinero que los demás.
Desigualdad. Situación en que los demás tienen más dinero que el indignado.
Capitalismo. Diabólico ordenamiento económico en virtud del cual los que más trabajan o mejor emplean su talento más dinero tienen, grave injusticia que conviene desmontar cuanto antes. El progresismo indignado busca precisamente acabar con esa lacra utilizando el maravilloso mecanismo de la redistribución de la riqueza.
Redistribución. Herramienta de justicia social que permite al gobierno dar al ocioso una parte de la riqueza que produce el que no lo es. Después del fuego (para encender los canutos, si no de qué), es el invento más valioso para el indignado.
Banquero. Señor con sombrero de copa que con su mano llena de anillos de oro abofetea al pobre que no ha podido pagar el préstamo que pidió para hacerse con una vivienda cuyo valor estaba diez veces por encima de lo que se podía permitir; vivienda, por supuesto, amueblada, con el coche nuevo en el garaje y las vacaciones en la Riviera Maya para celebrarlo.
Empresario. Señor semejante al banquero, pero con menos anillos de oro en los dedos. En lugar de enriquecerse con la usura, lo hace explotando al obrero en interminables jornadas laborales –¡a veces llegan a las ocho horas!–, y no para repartir los beneficios a partes iguales, sino a cambio de un salario, que ya hay que ser cruel.
Democracia. Sistema que sólo rige cuando se hace lo que dicen los colectivos de indignados.
Asamblea. Expresión máxima de la genuina democracia. En una asamblea se escucha al que más vocifera y a continuación se vota, por supuesto a mano alzada, para que todos puedan identificar a los traidores que se oponen a los avances propuestos por los líderes del grupo.
Perro. Mamífero doméstico de la familia de los cánidos.
Flauta. Instrumento musical de viento en forma de tubo con agujeros circulares.
Perroflauta. Indignado, concienciado, rebelde con causa, la esperanza de la humanidad de que otro mundo es posible. A veces se lava.
Pacto del euro. Es, para los indignados, como los agujeros negros para los especialistas en física cuántica: intuyen que existe, pero ninguno sabe de qué va la cosa.
Mercados. Mecanismo utilizado por el gran capital y la judería internacional para hacer que cada uno gane dinero en función de sus merecimientos. Los indignados lo combaten por amor a la Igualdad.
Tipos de interés. El Che Guevara, Garzón, incluso ZP antes de llegar al poder.

martes, 21 de junio de 2011

QUE PAGUEN LOS MAS RICOS ?? SIEMPRE??? ACABAR CON LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO...............


Una de las principales críticas que se dirigen contra el capitalismo es la desigual distribución de la riqueza. Los hay muy pudientes y los hay muy desharrapados, de modo que aparentemente la equidad exigiría que parte de la riqueza de los primeros fuera a parar a los segundos para nivelar las diferencias: al cabo, los acaudalados ni siquiera lo notarían y los más pobres obtendrían suculentos beneficios.
De hecho, éste es en parte el propósito de nuestros modernos Estados del Bienestar y, asimismo, ésta es la receta mágica que algunos propugnan para lograr atajar los déficits públicos actuales sin recortar el "gasto social": recuperar o subir el impuesto sobre el patrimonio y sobre sucesiones, crear un impuesto para las grandes fortunas, gravar con mayor intensidad las rentas procedentes del ahorro... Pero, ¿realmente nos conviene que toda la fiesta la paguen los más ricos? Mejor dicho, ¿qué significa exactamente eso de que "paguen los más ricos"?
Muchas veces –demasiadas– tendemos a simplificar la realidad económica en imágenes o conceptos que nos resulten manejables y que podamos entender. Cuando pensamos en una persona rica, nos imaginamos de inmediato a un individuo que, cual Tío Gilito, tiene piscinas llenas de oro (o de dinero fiduciario) que le permiten comprar cualesquiera bienes y servicios. La redistribución de la renta, por consiguiente, sería algo tan fácil como arrebatarles unas poquitas monedas de oro a los tíos gilitos para dárselas a los carpantas de este mundo.
El problema es que la estampa no resulta en absoluto realista. Los ricos no son unas personas que tienen muchísimo dinero en el banco, sino gentes que poseen un enorme patrimonio en forma de tierras, inmuebles o, sobre todo en nuestras sociedades capitalistas, participaciones en empresas. Cuanto oímos que Bill Gates o Warren Buffett poseen zillones de dólares, no es que acumulen entre los dos el 99% de todos los dólares en circulación, sino que su cartera de propiedades y empresas (como Microsoft o Coca-Cola) alcanza un valor de mercado de zillones de dólares.
Y, ahora, deténgase a pensar un momento. ¿Por qué Microsoft o Coca-Cola valen lo que valen? ¿Porque tienen ambas un almacén gigantesco repleto de miles de millones de sistemas operativos y de latas de cola? No precisamente: las mercancías presentes de esas compañías son una minúscula parte de su valor de mercado; a fecha de hoy, por ejemplo, Microsoft tiene un valor bursátil de 204.000 millones de dólares y sus inventarios apenas ascienden a 1.000 millones; Coca-Cola asciende a 150.000 millones con unos inventarios de apenas 3.000. ¿De dónde viene entonces el enorme valor de mercado de estas empresas que convierte a sus principales propietarios en los hombres más ricos del planeta?
Pues de los bienes que se espera que produzcan dentro de 5, 10 ó 20 años. Dicho de otra manera, Microsoft, Coca-Cola (y todas las demás empresas) no son valiosas por lo que han producido hasta la fecha hoy, sino por lo que producirán mañana. Es más, me atrevería a decir que ni siquiera derivan su valor de lo que producirán mañana, pues nadie, ni siquiera Bill Gates, sabe qué productos sacará a la venta Microsoft dentro de 20 años (en el caso de Coca-Cola este juicio predictivo resulta algo más sencillo). El valor de las compañías –y por tanto, el patrimonio de los "ricos"– procede de su capacidad para generar, mantener y ampliar un modelo de negocio que sirva al consumidor mejor que sus competidores, esto es, de su capacidad para generar beneficios de manera sostenida a lo largo del tiempo (lo que en términos contables se conoce como "fondo de comercio" o Goodwill).
Por desgracia para los redistribucionistas, esa capacidad de generación futura de beneficios no puede consumirse en el presente (no nos podemos beber los millones de litros de cola que se fabricarán en el año 2025), de modo que para perseguir fiscalmente a los ricos sólo quedan dos opciones: o quedarse con una parte de la renta que su patrimonio genera en el presente o apropiarse directamente de una porción de ese patrimonio (de sus empresas, inmuebles, tierras...).
Lo primero es lo que consiguen los impuestos sobre la renta (IRPF o Sociedades): parte del valor monetario de la producción anual (beneficios, rentas de alquiler, intereses...) se transfiere al Estado y éste presuntamente lo redistribuye entre la población. El perjuicio más evidente de este tipo de tributos es que, por un lado, minoran los recursos a disposición de capitalistas y empresarios, que podrían haber sido reinvertidos en la generación de más bienes de consumo futuros (nos volvemos más pobres de lo que podríamos haber sido); por otro, disminuyen la remuneración que recibe el capitalista por asumir riesgos al invertir y por retrasar la satisfacción de sus necesidades al ahorrar.
Pero acaso resulten más dañinos los segundos tipos de impuestos: los impuestos sobre el patrimonio y las herencias. En este supuesto, si el monto del impuesto supera al de la renta anual generada por el patrimonio productivo, el capitalista tendrá que desmembrar y liquidar parte de ese aparato productivo, socavando así su producción de riqueza futura para los consumidores.
Imaginemos, para entenderlo, que con una caña de pescar podemos recoger 100 pescados al año y que el valor de mercado de esa caña es de 600 pescados. Si consideramos que el propietario de la caña es un rico capitalista comeniños al que hay que esquilmar fiscalmente, podemos imponerle, por ejemplo, un tributo sobre la producción anual de pescado del 50%, de modo que cada doce meses deberá entregarle al Estado 50 pescados. Como consecuencia, el pescador dispondrá de 50 pescados menos cada año para fabricar nuevas cañas e incluso, dependiendo de la magnitud del impuesto (imaginemos uno del 90%), podría llegar a plantearse dejar de pescar.
Ahora supongamos, en cambio, que se aprueba un impuesto del 20% sobre el patrimonio del pescador (sobre el valor de mercado de su caña de pescar), de modo que cada año deberá entregarle al Estado 120 pescados. ¿Cómo podrá hacerlo si su producción anual es de 100 pescados? De ninguna manera: simplemente esos 20 pescados extra que exige el Estado no existen (pues se producirán a lo largo del próximo ejercicio). Como mucho, el pescador podría tratar de vender una parte de la caña con un valor de mercado equivalente a 120 pescados... si es que hay algún otro malvado e insolidario capitalista que tenga ahorrados físicamente esos 120 pescados.
Sin embargo, recordemos que el mayor valor de las empresas no deriva de sus bienes de capital físicos, sino de la correcta ordenación de éstos para seguir generando beneficios en el futuro. ¿Qué sucederá si el sistema fiscal comienza a trocear y a redistribuir, no ya unos bienes de consumo que no existen, sino partes sueltas de una empresa? Pues que la capacidad de generación de bienes de consumo futuros por parte de esas compañías se desmoronará. Vamos, que no van a seguir produciendo la misma cantidad de bienes pero de manera más fragmentada; no, se destruirá riqueza en términos absolutos. Lo contrario sería como cortar la caña de pescar en 10 trozos y esperar que cada uno de esos trozos siga pescando 10 peces cada año: no, una vez destruida la estructura de la caña de pescar, su capacidad para extraer peces desaparece. Lo mismo sucede con las empresas: una vez desmembrada la armonía entre sus distintas partes, su capacidad para producir en el futuro bienes y servicios que satisfagan a los consumidores, se esfuma. ¿O acaso creen que cada uno de los bienes de capital de Apple (ordenadores, formación de los trabajadores, edificios, mesas, saldos de tesorería...) seguirá siendo igual de productivo si pierde sus sinergias con el resto de la compañía y si deja de estar bajo la sabia dirección de Steve Jobs? Obviamente no: pasarán de generar una enorme riqueza a morirse de asco sin contar con casi ninguna función.
Por eso, el margen para que "paguen los más ricos" es tan estrecho. No ya porque el capital sea bastante móvil y pueda huir con relativa rapidez de aquellos Estados que lo quieren confiscar, sino porque la tributación de las grandes fortunas es literalmente merendarse la gallina de los huevos de oro. Si queremos dividir en 10 trozos una caña de pescar con un valor de mercado de 600 pescados, no obtendremos 10 trozos con valor de 60 pescados, sino 10 trozos con valor 0. Gravar a los ricos no es consumir hoy parte de la renta presente que tienen almacenada en algún banco suizo; tampoco es adelantar a hoy parte del consumo que habríamos realizado mañana; no, es consumir unas migajas hoy a cambio de destruir una enormidad de bienes y servicios que se habrían podido producir y consumir mañana.
Pero eh, aquí, como tantas otras veces en la economía, nos topamos con el insalvable obstáculo de que lo que se ve (los progresistas impuestos a los avariciosos ricos) machaca inmisericordemente en el imaginario colectivo a lo que no se ve (la enorme merma de nuestra renta futura).
Puede dirigir sus preguntas a contacto@juanramonrallo.com
Juan Ramón Rallo es doctor en Economía, jefe de opinión de Libertad Digital y profesor en el centro de estudios

lunes, 20 de junio de 2011

Los empresarios tienen pánico a contratar… ¡y con razón!

Los empresarios tienen pánico a contratar… ¡y con razón!

Los empresarios tienen pánico a contratar. Esto es lo que dijo  Miguel Ángel Fernández Ordoñez, el gobernador del Banco de España. Algo con lo que no puedo estar más de acuerdo.
La lástima es que luego dice aquello de "flexibilizar el mercado laboral manteniendo la protección social" (ya se sabe que el Estado del Bienestar es sagrado e intocable). Esto es un sinsentido intelectual y moral, una contradicción en sí misma, porque son precisamente las supuestas medidas para conseguir esa "protección social" las que producen que exista más destrucción de empleo y que los obstáculos para crearlo sean insalvables.
Por mucho que nuestros sabios gobernadores, economistas, intelectuales y políticos nos den grandes discursos sobre la reducción de empleo, el mercado laboral y nos hablen de las grandes utopías de la humanidad, la realidad diaria es la que es.
Y lo que nos encontramos en el día a día no es que los empresarios no contraten porque son avariciosos o porque los bancos no den crédito. Las razones por las cuales los empresarios no contratan son sencillísimas de entender:
1.- La Seguridad Social que tiene que pagar la empresa por los trabajadores
Las cuotas de la Seguridad Social que la empresa debe pagar le suponen un aumento de costes laborales del 35% (de media). Brutal. La empresa no puede disponer de ese 35% para mejorar su negocio. Debido a este incremento espectacular en los costes, la mayoría de PYMES ven reducidos sus márgenes hasta el punto en que una gran cantidad de negocios acaban cerrando. Y hace que la mayoría de las empresas que empiezan no puedan ser viables. Así de simple. Aquí no hay poesía.
2.- Las indemnizaciones que deberá pagar la empresa en caso de despido
Por si fuera poco el elevado incremento que suponen las cuotas de la SS para la empresa, el empresario debe correr el riesgo de tener que desembolsar mucho dinero en caso de tener que despedir al trabajador. Abaratar el despido haría que la contratación de nuevos trabajadores aumentase automáticamente. Esto, que inicialmente puede resultar paradójico, es de fácil explicación: el empresario estará más dispuesto a contratar a nuevos trabajadores si sabe que en tiempos difíciles éstos no supondrán una carga pesadísima (muchas veces insuperable). Las indemnizaciones son otro evidente motivo para tener pánico a contratar a alguien.
3.- Los convenios y negociación colectiva
Las negociaciones individuales entre trabajadores y la empresa no son posibles. En su lugar, estas negociaciones deben hacerlas los "representantes" de unos y de otros. Lo que acaba pasando es que los salarios no pueden adaptarse a la situación concreta que atraviese la empresa. ¿Y esto que significa? Pues que las empresas no pueden fijar libremente los salarios que les permitan sobrevivir. Si las empresas tienen problemas empresariales no pueden negociar los sueldos con los trabajadores. Este hecho, claro está, será muy tenido en cuenta por el empresario que está pensando en contratar a alguien.
4.- Salarios mínimos
Con el salario mínimo el Gobierno impone al empresario que pague al trabajador más de lo que éste produce. En la mayoría de los sectores, los principales afectados no son las empresas sino los jóvenes, inmigrantes y, en general, a personas con poca formación porque siempre habrá alguien que aporte más productividad por el mismo salario.
Sin embargo, existen sectores en los que los márgenes son muy ajustados. Tal es el caso de los servicios de limpieza o de hostelería, por ejemplo. Estos servicios que las empresas subcontratan no forman parte de su core business, y por tanto la productividad demandada es muy baja. En la mayoría de los casos, la productividad necesaria es inferior al salario mínimo. Esto significa que la empresa sólo será viable si el empresario contrata a trabajadores en negro. No es de extrañar que la contratación de trabajadores deje al empresario sin dormir unas cuantas noches.
5.- La Infinidad de regulaciones que impone el Estado
Una economía regulada y burocratizada significa que las empresas trabajan para el gobierno y no para la sociedad, además de suponer un gran aumento de costes. Las regulaciones laborales penalizan el crecimiento, la inversión y la creación de empleos. Cuantas más obligaciones y costes se impongan a las empresas, menos empleados podrán ser contratados.
6.- Los impuestos de sociedades que deberá pagar la empresa
Hay una última cosa para acabar de desincentivar la contratación de personas y la creación de empresas: el impuesto de sociedades. En caso de que la empresa llegue viva a final del año y tenga algunas ganancias, deberá pagar un 35% de impuestos sobre estas ganancias. La puntilla para la empresa.
Éstas, y no otras, son las principales razones por las cuales los empresarios tienen pánico al contratar. Todas ellas les hacen asumir un elevadísimo riesgo. Una vez más, la paradoja del intervencionismo: todas estas medidas impuestas coactivamente por el gobierno que están destinadas a alcanzar esa "protección social" lo único que consiguen es la destrucción de empleo y empresas.

jueves, 16 de junio de 2011

Lenin o Stalin: ¿quién fue peor? ME GUSTA ESTA REFLEXION ...........

UNIÓN SOVIÉTICA

Lenin o Stalin: ¿quién fue peor?

Por Fernando Díaz Villanueva

Me recriminan algunos lectores por correo electrónico haber elegido durante una entrevista a Lenin como el peor de los tiranos del siglo XX. Argumentan, no sin parte de razón, que Stalin, Hitler o Pol Pot mataron a más gente. Uno incluso me acusa de no haber incluido a Franco en la tripleta: según el individuo en cuestión, es el tirano que nos toca más de cerca y "el peor de la Historia de España". En fin, hay gente para todo.
La razón por la que elegí a Lenin sin dudarlo un segundo no se debe tanto al número de víctimas que su Gobierno se cobró –que fueron unas cuantas– como al régimen infame y criminal que diseñó e implantó por la fuerza, sin escatimar crueldades. Un sistema que pervivió setenta años y condenó a la esclavitud a varias generaciones de seres humanos; primero, rusos, luego de todas partes del mundo. Me refiero, naturalmente, al comunismo soviético, la mayor máquina de picar carne que ha conocido la especie humana en toda su historia.
Los izquierdistas, sabedores de que demasiadas cosas fallaron en aquel experimento sangriento, reducen el error al cuarto de siglo que gobernó Iósif Stalin, de ahí que se refieran con tanta pasión condenatoria al estalinismo, dejando el término leninismo –no digamos ya comunismo– para denominar a una noble ideología que aspiraba a emancipar a la clase trabajadora. El comunismo llegó, efectivamente, a su máxima expresión práctica durante los años de Stalin. Fue entonces cuando todo el marxismo teórico se pudo aplicar sin cortapisas en el mayor país de la Tierra, tomando a sus habitantes como cobayas. Pero Stalin, la gallina, no hubiese podido reinar sin Lenin, el huevo.
Aquí es donde empieza un fértil debate historiográfico que dura ya más de medio siglo. ¿Fue Stalin la evolución lógica del régimen instituido por Lenin, o un imprevisto accidente que arruinó la Revolución de Octubre? Aunque la visión que predomina es la primera, creo que es al contrario. Me explico.
Empecemos por el encumbramiento del ogro. Aunque Lenin se sabía mortalmente enfermo, dispuso de tiempo suficiente para nombrar sucesor. Pudo haber elegido a cualquiera, y candidatos no le faltaban. Al terminar la Guerra Civil, León Trotski o Nikolai Bujarin estaban mejor situados para ser los continuadores de la obra del padre fundador. Trotski tenía a su favor la forja del Ejército Rojo y una impecable formación revolucionaria. A pesar de las diferencias teóricas con el líder, era de la absoluta confianza de éste, y sólo las intrigas de la camarilla de Stalin consiguieron alejarle de Moscú. Bujarin, por su parte, era un teórico de primera fila muy popular dentro del Partido, hasta el extremo de que su labor había sido reconocida por Lenin en varias ocasiones. "No sólo es el teórico más valioso y destacado del Partido, sino que además es considerado, merecidamente, el preferido de todo el Partido", llegó a decir de él en su testamento.
Pero Lenin escogió a Stalin. Lo hizo libremente y sin presiones. No hubo por medio golpe de estado alguno, ni excesivas intrigas palaciegas –que, por lo demás, poca mella hacían en la inquebrantable voluntad de Lenin–. De hecho, tanto Trotski como Bujarin mantuvieron más o menos intactas sus esferas de poder al morir Lenin. Pronto caerían en desgracia. Años después, ambos fueron liquidados por órdenes directas del georgiano; Trotski, en su exilio mexicano, y Bujarin durante la Gran Purga.
Que Lenin eligiese a Stalin y no a otros, en principio, nada significa. Pudo haberse equivocado o haber creído ver en su pupilo cualidades que luego resultó no tener. Hay incluso quien asegura que Lenin, moribundo, pidió que se apartase a Stalin del poder porque era muy brusco. Posible pero improbable. Esa brusquedad es la que le había hecho ascender hasta la cúpula del poder soviético, controlada férreamente por Lenin. En definitiva, el Líder apreciaba a Trotski, a Bujarin y a otros miembros del Comité Central, pero su favorito para regir los destinos de la Revolución era Stalin, porque de otro modo le hubiese sacado de la carrera sucesoria mucho antes.
Pero, poniéndonos en la tesis oficial, aun en el caso de que Lenin se hubiese equivocado o hubiera prevenido al Partido de la zafia ambición de Stalin, la herencia que dejó ya venía envenenada. No había otra opción que perpetuar la tiranía bolchevique. Al morir Lenin, la URSS era una autocracia mucho peor que la de los zares. Los poderes que asumió Stalin eran propios de un déspota oriental. Disponía a placer de la vida de todos y cada uno de los habitantes de la Unión Soviética. Y eso se lo debía exclusivamente a su padre político.
El terror, por ejemplo, que fue el santo y seña del stalinismo, fue cosa de Lenin, que lo aplicó sin remilgos en vida. Las frases "Debemos derribar cualquier resistencia con tal brutalidad que no se olvide durante décadas" y "Cuantos más representantes del clero y la burguesía reaccionaria ejecutemos, mejor" no fueron pronunciadas por Stalin, sino por Lenin, cuyo Gobierno –de sólo siete años– sumó tantos muertos como pudo, y de la manera más brutal posible.
El Gulag, la expresión más refinada del espíritu liberticida soviético, fue creación de Lenin. Su sucesor no hizo más que perfeccionarlo y expandirlo a todos los confines de la URSS mediante una extensa red de campos de trabajo esclavo perfectamente coordinada, a la que se dotó de una función económica.
Stalin patentó el término: Gulag; Lenin, la idea.
Dentro del Partido, arrasado por Stalin durante las purgas de los años 30, la omnipotencia del líder era también legado leniniano, que, no obstante, evitó en todo momento ostentar más cargos que el de presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo. Así, la posibilidad de ilegalizar facciones dentro del Partido fue aprobada a instancias de Lenin, decisión que permitió a Stalin moldear el PCUS a su antojo, eliminando a todos los que podían hacerle sombra. No es casual que la primera purga del Partido fuese llevada a cabo por Lenin tan pronto como en 1921.
En definitiva: Lenin instauró una dictadura personal sin la cual el stalinismo nunca hubiese sido posible. De lo que careció es de tiempo para ejercerla, porque murió prematuramente, con sólo 53 años. Cuenta Richard Pipes que, siendo Molotov ya muy mayor, le preguntaron quién de los dos –Lenin o Stalin– había sido más duro. El viejo político, que había servido a ambos, contestó sin dudarlo:
Lenin, por supuesto. Recuerdo cómo reprendía a Stalin por ser demasiado blando y liberal.
No seré yo quien le lleve la contraria.

jueves, 2 de junio de 2011

¿PUEDE UNA EMPRESA DESPEDIR OBREROS AUN CUANDO TENGA BENEFICIOS?

Gran parte de la población tiende a pensar que la función principal de las empresas es generar empleo. Sólo cuando una compañía empieza a perder dinero, se tolera que pueda prescindir de una parte de sus empleados para reducir costes y regresar a la rentabilidad. Y aun en esos casos, se suelen atribuir las pérdidas a los altos sueldos de los directivos, exigiendo a renglón seguido rebajas sustanciales en sus emolumentos para mantener el nivel de empleo.
El escándalo por supuesto estalla cuando una empresa con beneficios comienza a despedir gente. Rápidamente se acusa al capitalismo de ser un sistema inmoral y perverso que sacrifica cuantos valores haya con tal de maximizar sus ganancias. Si la empresa es rentable (incluso muy rentable), si puede permitirse mantenerlos en plantilla, ¿a qué viene despedirlos?
Lo primero a destacar es que la tarea principal de las empresas no es generar empleo, sino crear riqueza. Su cometido es dar lugar a una organización de factores productivos capaz de engendrar bienes y servicios por los que los consumidores estén dispuestos a pagar un precio lo suficientemente elevado como para rentabilizar esa organización (esto es, que le permita a la empresa remunerar a los factores implicados compensándoles el tiempo que dedican a producir esos bienes o servicios).
A los consumidores, la organización productiva les resulta irrelevante: prácticamente nadie conoce ni está interesado en conocer los detalles de la elaboración de una determinada mercancía. Lo único que les concierne es que las prestaciones que les proporciona esa mercancía sean más valiosas que el precio que deben pagar por ella (y que habrían podido gastar en otros bienes de consumo o de capital que les hubiesen proporcionado otro tipo de prestaciones y satisfacciones en el presente o en el futuro). O dicho de otra manera, una mercancía será igual de valiosa si ha sido producida por 10.000 trabajadores que si no ha requerido los servicios de ningún obrero. Dado que las empresas nacen para producir bienes y servicios, resulta absurdo el exigirles un nivel mínimo de empleo (o un nivel mínimo de consumo de gasolina, de cobre, de horas de encendido de los ordenadores...).
Ahora bien, que la organización productiva les resulte irrelevante a los consumidores no significa, ni mucho menos, que realmente lo sea. Dado que los recursos son más escasos que nuestras necesidades, mal haríamos en ignorar el uso o mal uso que estamos haciendo de los mismos: al cabo, cada vez que utilizamos los factores productivos de un modo, estamos impidiendo que se utilicen de otro, esto es, estamos impidiendo que se produzcan otros bienes y servicios que podrían satisfacernos otras necesidades. Los empresarios se dedican justamente a eso: a trazar aquellos planes empresariales que minimicen los fines a los que los consumidores deben renunciar por el hecho de producir unos determinados bienes y servicios. Por eso tratan de vender al precio más alto (lo que indica una alta valoración de los consumidores) y de producir producen al menor coste posible (lo que significa que acaparan pocos recursos que pueden destinarse a otros planes de negocio).
El progreso y el crecimiento económico, más allá del descubrimiento de nuevos recursos, provienen, precisamente, de sacar un mayor partido a los factores que ya controlamos: o de producir una mayor cantidad de bienes con los mismos recursos o de producir lo mismo recursos con una menor cantidad de recursos, de modo que los sobrantes queden disponibles para fabricar otros bienes y servicios. Tal es el significado que en el uso corriente le damos a la palabra "economizar"; evitar las duplicidades, redundancias o despilfarros para lograr el mismo objetivo con menos esfuerzo o gasto.
En consecuencia, no es ni mucho menos necesario que las empresas esperen a incurrir en pérdidas para que se dediquen a economizar sus recursos: su misión es estar haciéndolo continuamente. Por mucho dinero que ganen, sería nocivo para accionistas y consumidores que, si pueden reducir sus costes manteniendo sus niveles de producción, no lo hicieran. Para los accionistas, porque estarían renunciando a ganar más dinero (al menos a corto y medio plazo, hasta que la competencia les forzara a bajar los precios hasta los menores costes); para los consumidores, porque podrían disfrutar de más bienes o servicios si los factores con funciones redundantes se concentraran en otros procesos productivos (obviamente, en caso de que la compañía opte por "prejubilar" a los trabajadores, los consumidores no se verían beneficiados por la economización, sino que las ganancias resultantes de esa economización se repartirían entre accionistas y los trabajadores prejubilados).
En otras palabras, no existe ninguna incompatibilidad entre ganar dinero y despedir trabajadores: las ganancias son una muestra de que la empresa está haciendo un uso eficiente de los factores productivos y la decisión de economizarlos todavía más es una señal de que pretende seguir haciéndolo. Aunque la teoría de la explotación marxista es más falsa que un duro sevillano, sí contiene una intuición que puede sernos útil: si el empresario se estuviera lucrando a costa de un determinado trabajador, ¿por qué lo despide? ¿Acaso pueden los vampiros chupar la sangre a distancia?
La economización de recursos, por cierto, suele generar mucho escándalo cuando afecta a trabajadores, sin embargo suele ser recibida entre ovaciones cuando se trata de racionar el consumo energético. ¿Se imaginan que la opinión pública vituperara a las compañías por decidir minorar su consumo de petróleo con el argumento de que con ello estarían perjudicando a las petroleras? Yo no, porque afortunadamente la gente sí suele entender que la economía no debe estar orientada a maximizar el gasto de petróleo sino la producción.
Por supuesto, despedir a trabajadores puede ser un drama dentro de una economía donde las rigideces institucionales impidan su pronta recolocación; un drama para el consumidor que no se beneficiará de una expansión en el número de bienes y servicios y un drama sobre todo para el trabajador, que si no ha logrado amasar un patrimonio que le proporcione rentas alternativas, se verá privado de su única fuente de ingresos. Pero la responsabilidad de ello no corresponde a las empresas que economizan sus recursos, sino a los políticos y sindicatos que mantienen unas instituciones que obstaculizan o impiden la creación de empleo; y por ello no debería ser la empresa la que pagara los platos rotos. A la postre, impedirle que prescinda de sus trabajadores redundantes sería tanto como permitirle que los despida para, acto seguido, imponerle un tributo cuya recaudación fuera a parar a esos trabajadores.
Cuestión distinta, claro está, es que haya que subvencionar esos despidos. Por los mismos motivos por los que no debe subvencionarse la eficiencia energética, tampoco debería subvencionarse la "eficiencia obrera". La economización de recursos no debería beneficiar a accionistas y consumidores a costa de los contribuyentes.
En definitiva, es comprensible que la natural aversión que mucha gente siente hacia que una empresa rentable despida a parte de su plantilla se camufle con críticas (razonables) a que las instituciones laborales obstaculizan su pronta recolocación o a que los contribuyentes están sufragando parte del despido. Pero, en tal caso, la exigencia no debería ser la de prohibir esos despidos, sino la de reformar el mercado laboral y la de poner fin a tales subvenciones.