CÓMO ESTÁ EL PATIO
La CIStitis de Rajoy
Por Pablo Molina
Dicen los expertos en sociología que las encuestas sobre intención de voto reflejan la opinión de los votantes sólo en el momento en que se hacen. Debe de ser cierto, porque la última entrega, que presenta a un Rubalcaba haciendo honor a su pasado de velocista aproximándose rápidamente a Rajoy, se hizo cuando empezaban las vacaciones veraniegas. Obviamente, la gente estaba de coña. |
O no, vaya usted a saber, porque este país ha sido siempre bastante raro y últimamente no lo reconoce ni la santa madre que lo parió, como vaticinó el sabio andaluz que ahora preside la comisión constitucional del congreso en atención a sus méritos democráticos.
Lo que resulta raro en todo este asunto de las encuestas sobre intención de voto no es que el entusiasmo hacia Mariano Rajoy fluctúe, algo por lo demás bastante natural, tratándose de un egregio aficionado al ciclismo y, por lo tanto, propenso a hacer la goma cuando se enfrenta a una escalada. No. Lo realmente pintoresco es que Rubalcaba despierte todavía cierta confianza en el electorado, porque al contrario que Zapatero cuando se encaramó milagrosamente a la secretaría general y la candidatura del PSOE, a R. se le conoce sobradamente en todos los rincones de España.
La cuestión es que el votante medio del socialismo, a pesar de la evidencia de los resultados de esa ideología en su propio bolsillo, está dispuesto a confiar en un personaje como Alfredo Pérez Rubalcaba para regir los destinos de un país cada vez más destinado a convertirse en el triste bufón de Europa.
Constatado el hecho de que, por desgracia para España, sus ciudadanos son bastante izquierdosos, queda por dilucidar si es posible que hasta Rubalcaba pueda liderar un partido socialista cuya trayectoria inmediata transcurre entre el espanto político y el horror financiero.
Tal vez sea esa la razón de que los votantes socialistas hayan decidido apostar por su candidato en lugar de preferir otras opciones o quedarse sencillamente en casa, como hicieron de forma decisiva en las últimas elecciones autonómicas y municipales. Como esto ya no hay quien lo arregle y el desastre es absoluto, votemos de nuevo a los nuestros para que se lleven el mérito de la recuperación, que por fuerza tiene que empezar a notarse en algún momento, ya que esto no puede ir a peor mucho tiempo más.
Estamos dando por supuesto que la encuesta del CIS, Centro de Investigaciones Socialistas, refleja de algún modo la realidad, lo que es mucho suponer, sobre todo cuando el PSOE está en el poder. Pero como aquí todo el mundo hace mucho caso a los platos precocinados de esta empresa estatal, lo mismo Mariano Rajoy debería comenzar a pensar que igual no tiene las elecciones del 20-N ganadas de calle.
No es por fastidiar, pero con Rubalcaba al frente del PSOE cualquier cosa puede pasar. Incluso que logre convencer a los votantes desencantados del socialismo de que el destrozo absoluto de la educación, el trabajo, la dignidad nacional, el equilibrio territorial, las finanzas, la economía de las empresas y el bolsillo de esos mismos ciudadanos se ha producido sencillamente porque España no ha recibido una dosis adecuada de socialismo. Su acercamiento genuflexo a los indignantes, fuerza de choque de la extrema izquierda –por más que un Nobel ocioso les visite para echarles cacahuetes entre el aplauso de tertulianos y columnistas de toda laya y condición–, es una clave que permite adivinar cuál es el programa de gobierno de un tipo como él, dispuesto a convertirse en la gran esperanza roja.
Como esto de las encuestas del CIS no sea otra coña veraniega, vamos arreglados.
Lo que resulta raro en todo este asunto de las encuestas sobre intención de voto no es que el entusiasmo hacia Mariano Rajoy fluctúe, algo por lo demás bastante natural, tratándose de un egregio aficionado al ciclismo y, por lo tanto, propenso a hacer la goma cuando se enfrenta a una escalada. No. Lo realmente pintoresco es que Rubalcaba despierte todavía cierta confianza en el electorado, porque al contrario que Zapatero cuando se encaramó milagrosamente a la secretaría general y la candidatura del PSOE, a R. se le conoce sobradamente en todos los rincones de España.
La cuestión es que el votante medio del socialismo, a pesar de la evidencia de los resultados de esa ideología en su propio bolsillo, está dispuesto a confiar en un personaje como Alfredo Pérez Rubalcaba para regir los destinos de un país cada vez más destinado a convertirse en el triste bufón de Europa.
Constatado el hecho de que, por desgracia para España, sus ciudadanos son bastante izquierdosos, queda por dilucidar si es posible que hasta Rubalcaba pueda liderar un partido socialista cuya trayectoria inmediata transcurre entre el espanto político y el horror financiero.
Tal vez sea esa la razón de que los votantes socialistas hayan decidido apostar por su candidato en lugar de preferir otras opciones o quedarse sencillamente en casa, como hicieron de forma decisiva en las últimas elecciones autonómicas y municipales. Como esto ya no hay quien lo arregle y el desastre es absoluto, votemos de nuevo a los nuestros para que se lleven el mérito de la recuperación, que por fuerza tiene que empezar a notarse en algún momento, ya que esto no puede ir a peor mucho tiempo más.
Estamos dando por supuesto que la encuesta del CIS, Centro de Investigaciones Socialistas, refleja de algún modo la realidad, lo que es mucho suponer, sobre todo cuando el PSOE está en el poder. Pero como aquí todo el mundo hace mucho caso a los platos precocinados de esta empresa estatal, lo mismo Mariano Rajoy debería comenzar a pensar que igual no tiene las elecciones del 20-N ganadas de calle.
No es por fastidiar, pero con Rubalcaba al frente del PSOE cualquier cosa puede pasar. Incluso que logre convencer a los votantes desencantados del socialismo de que el destrozo absoluto de la educación, el trabajo, la dignidad nacional, el equilibrio territorial, las finanzas, la economía de las empresas y el bolsillo de esos mismos ciudadanos se ha producido sencillamente porque España no ha recibido una dosis adecuada de socialismo. Su acercamiento genuflexo a los indignantes, fuerza de choque de la extrema izquierda –por más que un Nobel ocioso les visite para echarles cacahuetes entre el aplauso de tertulianos y columnistas de toda laya y condición–, es una clave que permite adivinar cuál es el programa de gobierno de un tipo como él, dispuesto a convertirse en la gran esperanza roja.
Como esto de las encuestas del CIS no sea otra coña veraniega, vamos arreglados.
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