Los Puertos en blanco

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Nevada 18 de Enero de 2017

sábado, 8 de febrero de 2014

Felipe V contra Carlos III



Retrato del arquiduque Carlos (Wikimedia Commons).
Constituciones, Capítulos y Actos de las Cortes catalanas de 1705.
Retrato de Felipe V, por Louis-Michel van Loo (Wikimedia Commons).

Felipe V contra Carlos III


La Guerra de Sucesión (no dejaremos de remarcar la “u” de la misma, que no “e”, para que deje de existir esa contumaz duda) está en marcha. Pero el sentimiento de fidelidad iba a cambiar. No solo en Cataluña, sino también en la corte de Madrid, donde había sentimientos encontrados por el hecho de que un francés ocupase el trono de España. Los motivos eran, eso sí, distintos. En Castilla la cuestión era puramente dinástica, estando el movimiento austracista a favor de seguir con la dinastía de los Austrias (obviamente), que gobernaba desde hacía ya dos siglos, encabezado por la nobleza. En Cataluña la cuestión, sin embargo, era mucho mas compleja.
Había desde asuntos económicos involucrados (como la competencia del sector textil francés), el miedo a un rey educado en la monarquía más absoluta del momento (recordemos que es el tiempo esplendoroso del ‘Rey Sol’), así como las repercusiones que en su régimen pactista medieval pudieran tener los nuevos conceptos monárquicos del otro lado de los Pirineos, pasando por su reciente memoria histórica de cómo se las gastaban los franceses.
Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado.
Pues hay que hacer un paréntesis y recordar que en los sucesos acaecidos como consecuencia del llamado Corpus de Sangre y las revueltas de Els Segadors de junio de 1640, y del que daremos cumplida cuenta en otra ocasión, Cataluña, separándose de la Corona de España, pidió la protección de Francia mediante el Pacto de Ceret de 7 de septiembre de 1640. Como en él se contemplaba el apoyo militar, el rey de Francia, ante tal oportunidad de continuar su expansión hacia el sur, envió a sus tropas a Cataluña empezando a soñar con Valencia y Aragón.
Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado. El brutal comportamiento con los catalanes hizo que éstos desearan el regreso de las antes rechazadas tropas “castellanas” para que les defendieran de aquellos extranjeros. Sólo así fue dando la vuelta a la situación hasta el fin de la guerra y la retirada de las tropas francesas en 1652. En Cataluña, aquella experiencia con los franceses como “protectores” dejó muy mal recuerdo.
Austracistas contra borbónicos en Cataluña
Pero volvamos a este momento del Quinto Felipe. Nos encontramos con la nobleza castellana en el exilio al que se vio obligada por apoyar al archiduque Carlos, con el almirante de Castilla al frente y malmetiendo en el extranjero contra el Borbón. Mientras, en Cataluña, austracistas y borbónicos empiezan su particular enfrentamiento. El cambio de fidelidad empieza a producirse: dos años después de aquellos fastos reales, juramento de fuero y constituciones incluidos, con ese reconocimiento expreso como soberano de Cataluña de Felipe en Barcelona que contáramos en el anterior artículo, el 27 de mayo de 1704 una escuadra de 30 barcos ingleses y 18 holandeses, comandados por el almirante George Rooke, y con Jorge de Darmstadt (que había sido un estimado virrey de Cataluña con Carlos II, y que fuera sin embargo destituido por Felipe V nada más llegar al trono) al frente, se presentó ante Barcelona a la espera de que se produjera el alzamiento austracista de la ciudad. Alzamiento que nunca se produjo pese a que el ex virrey ordenara el bombardeo de la ciudad (lo que quiere decir que, tras los últimos bombardeos sufridos por Barcelona, aquellos franceses de hacía más de medio siglo, ahora lo sufrían de sus mismos aliados anglo-holandeses), añadiendo el desembarco de 2.600 soldados en la desembocadura del río Besós.
La represión del virrey Francisco de Velasco fomentó aún más el fervor hacia el austriaco.
Aún así, la ciudad, que se debatía entre la fidelidad debida a su rey Felipe V, las simpatías por el archiduque Carlos (por los intereses económicos y el miedo al nuevo absolutismo de corte francés), junto con el buen recuerdo que se tenía de Darmstadt, no se alzó, teniendo que levantar por tanto el sitio la escuadra aliada. La torpe represión que a partir de ese momento realizó el entonces virrey Francisco de Velasco, que ya había protagonizado serios enfrentamientos con los poderes catalanes con anterioridad, con detenciones indiscriminadas que suponían incumplimiento de las leyes propias catalanas, fomentó aún más el favor hacia el austriaco.
En ese terrible clima, el 20 de junio de 1705 se firma el Pacto de Génova entre los austracistas catalanes e Inglaterra (esta vez en lugar de Francia, por imposibilidad manifiesta, Cataluña elige Inglaterra para aliarse). Según los términos del acuerdo, Inglaterra desembarcaría tropas militares en Cataluña que, unidas a las fuerzas catalanas, lucharían en favor del pretendiente al trono español, Carlos de Austria, contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo a mantener las leyes e instituciones propias catalanas.
“Carlos III de España”
En octubre de ese mismo año de 1705, las tropas austracistas tomarán Barcelona al asalto siendo aclamadas por la Generalitat y los consellers de Barcelona como libertadoras. Días más tarde, el archiduque de Austria era proclamado, ¡ojo al dato y al concepto! como legítimo rey Carlos III de España, jurando respetar este nuevo soberano las constituciones catalanas.
El cerco de Barcelona se ha producido. No sólo con el sitio por mar, sino con la toma de la ciudad al asalto. Pero lo hacen los aliados de los catalanes, esto es, por los austracistas con su pretendiente al frente.
En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los acuerdos anteriores con Felipe V.
En el breve lapso de tres años se producen dos juramentos de distinto signo y en distinto ambiente. El primero, el mutuo entre Felipe V y los catalanes, en un ambiente feliz y de fastos regios. El segundo, con los cañones de las armas  aún humeantes y con las bayonetas aún impregnadas de sangre española y, a más a más, catalana, proclamando, y no está de más repetirlo, proclamando a un rey de España.
En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los acuerdos anteriores con Felipe V. La Guerra Civil catalana está servida. Porque en Cataluña hubo también leales a su rey legítimo, el Borbón. Y no solo personas, sino ciudades enteras. Así, Cervera fue felipista y sus rivales, Anglesola, Guisona y Agramunt, fueron austracistas. Fraga fue felipista contra Lérida y Monzón. Berga y Mora del Ebro, rivales en casi todo, lo fueron también en la guerra: la primera se proclamó a favor de Felipe V y la segunda del archiduque. En suma, una guerra civil catalana dentro de una Guerra de Sucesión a un trono. Uno sólo. Todo ello por un rey que todos querían que lo fuese… ¡de España!
Pues por España lucharon tales catalanes. Luego llegaría el cruel pago que Felipe V hizo a la que consideró, y realmente así fue, traidora al juramento dado, como lo fue Barcelona. Pero esa es otra historia. Que ya sabemos desde Viriato, cómo paga Roma a los traidores. 

Felipe V, rey de Cataluña

Felipe V, rey de Cataluña


La del Muy Honorable presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, sr. D. Artur Mas, representado por ejemplo en el uso como felicitación navideña (?) de dos grabados visualizando el cerco o sitio de Barcelona de 1705, en un nuevo intento de utilizar hechos que sucedieron hace más de tres siglos para darles una nueva interpretación histórica, obliga a plantear las necesarias reflexiones sobre lo que es cierto y lo que no. Esperamos que este artículo sea reflejo de lo que es real, y qué viaje imaginario, no hacia un país de fantasía, sino hacia un suicidio colectivo.

Primera imagen: El cerco o sitio de Barcelona se produjo. Cierto. Ahora bien, ¿en qué contexto se produjo? ¿Por qué se produjo? Y, cosa nada desdeñable, ¿quién lo hizo? El contexto es claro: dentro de una guerra (que algunos califican como la Primera Guerra Mundial y que entre otros lugares se estaba librando aquí, en España). En concreto la de Sucesión a la Corona española. Y el porqué… El porqué quizás es un poco más complejo de explicar e implica una mirada retrospectiva.
Hoy en día nadie se acuerda de que el denostado y vilipendiado en Cataluña primer Borbón, Felipe V, duque de Anjou, juró los fueros y constituciones catalanes y otorgó más privilegios aún de los que ya existían. No interesa recordarlo. Y sin embargo así fue. La visita de Felipe V a Cataluña tuvo lugar desde el 24 de septiembre de 1701 al 8 de abril de 1702. Hacía setenta años, desde la visita de  Felipe IV en 1632,  que un soberano de la monarquía española no visitaba el principado. Apenas hacía unos meses que Felipe V había llegado a España, pues había atravesado la frontera francesa el 22 de enero de 1701, habiendo entrado en Madrid el 18 de febrero, cuando en el mes de junio tomó la decisión de viajar a Cataluña. Había, como no podía ser menos, razones políticas que lo aconsejaban. A ello se unió la enorme posibilidad que suponía la boda del Rey con María Gabriela de Saboya, pues la etiqueta exigía que la fuera a recibir en la frontera de la monarquía. Al venir de Italia se eligió a Cataluña, dándole preferencia frente a Aragón o Valencia.
Así las cosas, el 9 de julio de 1701 con carta se comunicó a la ciudad de Barcelona la próxima visita de los nuevos soberanos, en donde se explicita el  “ejecutar este viaje en derechura a esa ciudad de Barcelona, donde tengo deliberado juntar cortes del principado de Cataluña a mi arribo en ella, en el convento de San Francisco como es estilo. De que ha parecido avisaros para que lo tengáis entendido y ejecutéis por vuestra parte lo que os tocare, y porque deseo se excusen gastos en la solemnidad de mi entrada en esa ciudad por la falta de medios con que se halla y ser más de mi real agrado el que los caudales se apliquen a otras más precisas urgencias de la causa común, ha parecido significaros que será de mi real gratitud cuanto ejecutareis en este particular, como lo fío de vuestro celo y atención a mi real servicio”.
Barcelona se encomendó febrilmente a preparar la visita regia con arreglo a las más sólidas tradiciones. El día 16 de septiembre llega a Zaragoza, con misa en Nuestra Señora del Pilar y un acto político posterior en la Seo en el que Felipe V hizo el solemne juramento de mantener los fueros del reino de Aragón, como avance de la próxima reunión de Cortes que pensaba convocar a su regreso de Barcelona. El viaje se reemprendió el 20 de septiembre por Villafranca, Pina, Bujaraloz, Fraga y Lérida, donde juró los privilegios de la ciudad, esta misma ciudad en la que el Sr. Mas ha comenzado los actos de un tricentenario inventado. De allí a Cervera, en que se repitió la misma ceremonia, y a continuación Bellpuig, Igualada, Piera, Martorell y Barcelona. El historiador catalán Pedro Voltes escribe en su biografía de Felipe V que en las poblaciones catalanas que atravesaba el Rey recibía continuos agasajos, “más copiosos que en otros reinos, porque las poblaciones eran más numerosas y ricas”.
Llegando a Barcelona recibió el agasajo de parte de un engalanado Consell del Cent que fue a su encuentro el 30 de septiembre, presidido por el conseller en cap, el doctor Josep Company, el cual se dirigió al nuevo Felipe de manera tan lisonjera al uso de la época como la siguiente:
«Senyor La Ciutat de Barcelona se postra humil als Reals peus de V.M. en protestació de son verdader rendiment, y ab expressió del imponderable jubilo ab que celebra lo feliz arribo de V.M. gloriantse de la ditxa li cap, que V.M. la afavoresca ab sa Real presencia, y si be est tan rellevant favor, lo te sa innata fidelitat a agigantat aprecio; realçal la circunstancia de la boda que V.M. ab sa Real y amable Esposa, espera en esta Ciutat en breu celebrar; suplicant al Señor resulte desta Real unió, ditxosa succesió a esta Monarquia: De las dos tan superiors mercès, que la atenció desta Ciutat eternizará en las aras de sa major veneració, dona a V.M. infinitas gracias, prometentse de ellas sa total felicitat, y espera que la Real Magnificencia de V.M. se dignará per sa benignitat y paternal amor, afavorirla, honrarla, y condecorarla, no sols ab la continuació de las pre-rrogativas que sa llealtat, y fidelitat se meresqueren dels Reals progenitors de V.M. si ab novas gracias, y honras que V.M. benigne li dispensará, en que fixa la expectació de sa major fortuna, y suplica per preludi de ellas tinga a be V.M. concedirli la de besar sa real ma».
La entrada a Barcelona se produciría el 2 de octubre. Era llegado el momento para el juramento mutuo entre el Rey y la ciudad, que tantos catalanes desconocen que se produjera. Tras la entrega de llaves y el paso de la comitiva por las calles engalanadas (la entrada fue al más puro estilo medieval, con una Barcelona volcada, decorada como nunca, y con un pueblo exaltado dando “¡Vivas!” al nuevo Felipe V), se procedió al juramento en la plaza de San Francisco, donde el protonotario del consejo de Aragón, D. José de Villanueva Fernández de Yxar, leyó la fórmula, en catalán, por la que el rey juraba confirmar todas las libertades y privilegios de la ciudad de Barcelona. El rey, de rodillas, puso la mano sobre la Vera Cruz y el misal respondiendo: «Así lo juro». Acto seguido, el conseller en Cap besó la mano del rey en señal de acatamiento con unas breves palabras de agradecimiento y lealtad. En esta ocasión Felipe V rompió el que parece era su habitual mutismo (resulta que era según las crónicas bastante tímido, junto al hecho de que sólo hablaba francés, bien el latín, y desde luego ni castellano ni catalán aún), para contestar “lo agradezco”.
Posteriormente, el día 4, se llevó a cabo el doble juramento recíproco del rey y de los representantes del principado. Felipe V juró las leyes propias de Cataluña y los catalanes le juraron fidelidad y le prestaron homenaje como su rey y señor. La ceremonia se celebró por la mañana en el gran salón del trono, el famoso del Tinell, donde juró tales leyes junto con todos los demás fueros y privilegios. Tras el juramento regio los tres estamentos, clero, nobleza y ciudades, prestaron su juramento de fidelidad y vasallaje al rey Felipe V de Borbón, aceptándole como su soberano según las leyes y costumbres.
Se abrieron las Cortes el 12 de octubre, presididas por el rey y siendo presidente de la Generalidad Antoni de Planella i de Cruïlles, y durante los tres meses que siguieron se negociaron nuevos privilegios, nuevas leyes y se ofrecieron y dieron nuevos donativos a la Corona. En esas Cortes, Felipe V concedió nuevos privilegios, que provenían de la voluntad real y del positivismo jurídico, no de la tradición inmemorial. Por ejemplo, se estableció un Tribunal de Contrafacciones, en el que se enjuiciarían las decisiones reales antes de aplicarlas en Cataluña. Más ejemplos: la autorización para erigir una casa de puerto franco en Barcelona, el permiso para enviar cada año dos barcos catalanes a América y la creación de una junta encargada de proyectar y fundar una Compañía Náutica Mercantil y Universal. Tanto les otorgó que el político, jurista y juez Melchor de Macanaz escribió: “Lograron los catalanes cuanto deseaban, pues ni a ellos les quedó que pedir ni al rey cosa especial que darles, y así vinieron a quedarse más independientes del Rey que el Parlamento de Inglaterra”.
Pero la Guerra de Sucesión ya había comenzado allende las fronteras españolas y el rey, el 8 de abril de 1702, parte desde Barcelona hacia Nápoles dejando como regente a su esposa quien se estrenó pronto en sus labores de gobierno, pues el día 27 de ese mismo mes presidió las Cortes de Aragón. Por lo tanto, Felipe V marcha a la batalla siendo Rey de Cataluña y de los catalanes. Nada menos.
Es el inicio. Muchas mentiras van a quedar reflejadas en este espejo…