Felipe V contra Carlos III
La Guerra de Sucesión (no
dejaremos de remarcar la “u” de la misma, que no “e”, para que deje de
existir esa contumaz duda) está en marcha. Pero el sentimiento de
fidelidad iba a cambiar. No solo en Cataluña, sino también en la corte
de Madrid, donde había sentimientos encontrados por el hecho de que un
francés ocupase el trono de España. Los motivos eran, eso sí, distintos.
En Castilla la cuestión era puramente dinástica, estando el movimiento
austracista a favor de seguir con la dinastía de los Austrias
(obviamente), que gobernaba desde hacía ya dos siglos, encabezado por la
nobleza. En Cataluña la cuestión, sin embargo, era mucho mas compleja.
Había desde asuntos económicos involucrados (como la
competencia del sector textil francés), el miedo a un rey educado en la
monarquía más absoluta del momento (recordemos que es el tiempo
esplendoroso del ‘Rey Sol’), así como las repercusiones que en su
régimen pactista medieval pudieran tener los nuevos conceptos
monárquicos del otro lado de los Pirineos, pasando por su reciente
memoria histórica de cómo se las gastaban los franceses.
Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado.
Pues hay que hacer un paréntesis y recordar que en los sucesos acaecidos como consecuencia del llamado Corpus de Sangre y las revueltas de Els Segadors de junio de 1640, y del que daremos cumplida cuenta en otra ocasión, Cataluña, separándose de la Corona de España, pidió la protección de Francia mediante el Pacto de Ceret
de 7 de septiembre de 1640. Como en él se contemplaba el apoyo militar,
el rey de Francia, ante tal oportunidad de continuar su expansión hacia
el sur, envió a sus tropas a Cataluña empezando a soñar con Valencia y
Aragón.
Los soldados franceses trataron a Cataluña como lo que era para ellos: territorio conquistado.
El brutal comportamiento con los catalanes hizo que éstos desearan el
regreso de las antes rechazadas tropas “castellanas” para que les
defendieran de aquellos extranjeros. Sólo así fue dando la vuelta a la
situación hasta el fin de la guerra y la retirada de las tropas
francesas en 1652. En Cataluña, aquella experiencia con los franceses
como “protectores” dejó muy mal recuerdo.
Austracistas contra borbónicos en Cataluña
Pero volvamos a este momento del Quinto Felipe. Nos encontramos con la nobleza castellana en el exilio al que se vio obligada por apoyar al archiduque Carlos,
con el almirante de Castilla al frente y malmetiendo en el extranjero
contra el Borbón. Mientras, en Cataluña, austracistas y borbónicos
empiezan su particular enfrentamiento. El cambio de fidelidad empieza a
producirse: dos años después de aquellos fastos reales, juramento de
fuero y constituciones incluidos, con ese reconocimiento expreso como soberano de Cataluña de Felipe en Barcelona que contáramos en el anterior artículo, el 27 de mayo de 1704 una escuadra de 30 barcos ingleses y 18 holandeses, comandados por el almirante George Rooke, y con Jorge de Darmstadt (que había sido un estimado virrey de Cataluña con Carlos II,
y que fuera sin embargo destituido por Felipe V nada más llegar al
trono) al frente, se presentó ante Barcelona a la espera de que se
produjera el alzamiento austracista de la ciudad. Alzamiento que nunca
se produjo pese a que el ex virrey ordenara el bombardeo de la ciudad
(lo que quiere decir que, tras los últimos bombardeos sufridos por
Barcelona, aquellos franceses de hacía más de medio siglo, ahora lo
sufrían de sus mismos aliados anglo-holandeses), añadiendo el desembarco
de 2.600 soldados en la desembocadura del río Besós.
La represión del virrey Francisco de Velasco fomentó aún más el fervor hacia el austriaco.
Aún así, la ciudad, que se debatía entre la fidelidad debida a su rey
Felipe V, las simpatías por el archiduque Carlos (por los intereses
económicos y el miedo al nuevo absolutismo de corte francés), junto con
el buen recuerdo que se tenía de Darmstadt, no se alzó, teniendo que
levantar por tanto el sitio la escuadra aliada. La torpe represión que a
partir de ese momento realizó el entonces virrey Francisco de Velasco,
que ya había protagonizado serios enfrentamientos con los poderes
catalanes con anterioridad, con detenciones indiscriminadas que suponían
incumplimiento de las leyes propias catalanas, fomentó aún más el favor
hacia el austriaco.
En ese terrible clima, el 20 de junio de 1705 se firma el Pacto de Génova
entre los austracistas catalanes e Inglaterra (esta vez en lugar de
Francia, por imposibilidad manifiesta, Cataluña elige Inglaterra para
aliarse). Según los términos del acuerdo, Inglaterra desembarcaría
tropas militares en Cataluña que, unidas a las fuerzas catalanas,
lucharían en favor del pretendiente al trono español, Carlos de Austria,
contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo a mantener
las leyes e instituciones propias catalanas.
“Carlos III de España”
En octubre de ese mismo año de 1705, las tropas austracistas tomarán
Barcelona al asalto siendo aclamadas por la Generalitat y los consellers
de Barcelona como libertadoras. Días más tarde, el archiduque de
Austria era proclamado, ¡ojo al dato y al concepto! como legítimo rey Carlos III de España, jurando respetar este nuevo soberano las constituciones catalanas.
El cerco de Barcelona se ha producido. No sólo con el sitio por mar,
sino con la toma de la ciudad al asalto. Pero lo hacen los aliados de
los catalanes, esto es, por los austracistas con su pretendiente al
frente.
En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los acuerdos anteriores con Felipe V.
En el breve lapso de tres años se producen dos juramentos de distinto
signo y en distinto ambiente. El primero, el mutuo entre Felipe V y los
catalanes, en un ambiente feliz y de fastos regios. El segundo, con los
cañones de las armas aún humeantes y con las bayonetas aún impregnadas
de sangre española y, a más a más, catalana, proclamando, y no está de
más repetirlo, proclamando a un rey de España.
En 1706, “reinando Carlos III”, las Cortes catalanas anulan los
acuerdos anteriores con Felipe V. La Guerra Civil catalana está servida.
Porque en Cataluña hubo también leales a su rey legítimo, el Borbón. Y
no solo personas, sino ciudades enteras. Así, Cervera fue felipista y
sus rivales, Anglesola, Guisona y Agramunt, fueron austracistas. Fraga
fue felipista contra Lérida y Monzón. Berga y Mora del Ebro, rivales en
casi todo, lo fueron también en la guerra: la primera se proclamó a
favor de Felipe V y la segunda del archiduque. En suma, una guerra civil
catalana dentro de una Guerra de Sucesión a un trono. Uno sólo. Todo
ello por un rey que todos querían que lo fuese… ¡de España!
Pues por España lucharon tales catalanes. Luego llegaría el cruel
pago que Felipe V hizo a la que consideró, y realmente así fue, traidora
al juramento dado, como lo fue Barcelona. Pero esa es otra historia.
Que ya sabemos desde Viriato, cómo paga Roma a los traidores.
Este artículo es la continuación de “Felipe V, rey de Cataluña”, publicado en Marabilias el pasado sábado.