LA RUTA CON UN PAR DIARIO LA VERDAD
Las manchas de los recolectores de guíscanos ('Lactarius deliciosus', níscalos, robellones...) son el secreto mejor guardado. «Por ejemplo, la de mi familia es la mancha de la abuela, esa no se la puedo contar a nadie, solo la conoce mi familia», dice haciendo referencia a una zona en la que crecen los guíscanos porque el micelio se extiende bajo la tierra en una simbiosis imprescindible entre pino y hongo. Lo cuenta Fernando, profesor de instituto y micólogo, que accede a llevarnos a disfrutar de una magnífica jornada buscando setas con el compromiso de no desvelar el sitio concreto en el que haremos la búsqueda. Dicho y hecho.
A los pocos minutos aparece un pie de perdiz, una seta comestible mediocre, explica nuestro micólogo de cabecera. Su sombrero es más pequeño y es de tonos anaranjados, pero cuando se cocina se vuelve lila. La emoción va en aumento, encontramos bajo las hojas y bellotas de pequeñas chaparras («les gustan esos sitios por la cantidad de materia orgánica que se acumula», explica Fernando) una de las especies de setas más grandes que se dan en la Región: 'Amanita ovoidea'. Es prima hermana de la venenosa 'Amanita phalloides', aunque esta es comestible.
Entretenida jornada para recolectar guíscanos por la sierra de los Álamos
Pepa Garcia y Guillermo Carrion de MurciaLas manchas de los recolectores de guíscanos ('Lactarius deliciosus', níscalos, robellones...) son el secreto mejor guardado. «Por ejemplo, la de mi familia es la mancha de la abuela, esa no se la puedo contar a nadie, solo la conoce mi familia», dice haciendo referencia a una zona en la que crecen los guíscanos porque el micelio se extiende bajo la tierra en una simbiosis imprescindible entre pino y hongo. Lo cuenta Fernando, profesor de instituto y micólogo, que accede a llevarnos a disfrutar de una magnífica jornada buscando setas con el compromiso de no desvelar el sitio concreto en el que haremos la búsqueda. Dicho y hecho.
Lo ideal es salir al amanecer de un día nublado y en el que la temperatura oscile entre los 15 y los 22 grados, «los guíscanos son unos seres exquisitos». Cuenta Fernando que cuando el sol está fuera, su luz dificulta dar con las a veces leves señales que los hongos dejan en el terreno. Así que partimos cada uno con una buena navaja y una cesta de mimbre (los cubos y bolsas no son adecuados, y en algunos sitios están prohibidos). La cesta permite que mientras que estás haciendo el recorrido contribuyas a diseminar las esporas y a regenerar las poblaciones de hongos.
Antes de que se pongan las botas, manga larga y gorra, para protegerse de los arañazos que la naturaleza les propinará como pago por lo que se llevan, les advierto de que buscar setas sin saber distinguirlas es un riesgo, ya que muchos de los hongos que se encontrarán por el camino son tóxicos.
El lugar escogido es la moratallera sierra de los Álamos, un sitio muy interesante desde el punto de vista micológico y también botánico. Aunque también las sierras de las vecinas provincias de Albacete, Granada y Almería son destino predilecto de los moratalleros, cuando en la del Buitre, como ha ocurrido este año, todavía no han brotado.
Este otoño, pese a que ha llovido poco, los 'guiscaneros' no se explican muy bien cómo está fructificando tanto el hongo. Lo achacan a un agosto templado y algo lluvioso. Sea por lo que sea, el caso es que el monte está plagado.
Para ser un buen buscador de setas, lo primero es tratar de esconder lo más posible el coche. La picaresca. Pues, reconoce Fernando, muchas veces se siguen unos a otros en busca de una recolección de premio, y escondiendo el coche se evita el efecto llamada. Advierte este investigador de los hongos, que se dejó la incertidumbre de la ciencia por la certidumbre de la enseñanza, que no hay que levantar la vista del suelo. Un pequeño bulto en la gruesa alfombra de pinocha (acículas u hojas de pino) es la imperceptible señal que el guíscano da al buscador.
Detectado el abultamiento, con la navaja se retiran con cuidado las hojas muertas para dejar a la vista la seta que ocultan. Si no es la que buscan, se vuelve a cubrir el hongo sin dañarlo. La primera en aparecer es el cabrero ('Tricholoma striatum'), seguramente conocida así porque se la comen las cabras. Aunque no es tóxica, su sabor amargo hace que no se recolecte para su consumo. Así que cumplimos con el protocolo del buen buscador de setas y seguimos adelante.
Unos cuantos consejos más, como evitar usar rastrillos u otras herramientas que peinen y arañen todo el terreno sin discriminar, porque destrozan las poblaciones y, por tanto, el futuro de las comunidades micológicas de la zona, y encontramos unos 'chivatos'. Son unas setas con el sombrero de tonalidades vino, con los mismos requerimientos que los níscalos, que advierten de que buscamos por la zona adecuada.
A los pocos minutos aparece un pie de perdiz, una seta comestible mediocre, explica nuestro micólogo de cabecera. Su sombrero es más pequeño y es de tonos anaranjados, pero cuando se cocina se vuelve lila. La emoción va en aumento, encontramos bajo las hojas y bellotas de pequeñas chaparras («les gustan esos sitios por la cantidad de materia orgánica que se acumula», explica Fernando) una de las especies de setas más grandes que se dan en la Región: 'Amanita ovoidea'. Es prima hermana de la venenosa 'Amanita phalloides', aunque esta es comestible.
Enseguida aparece el primer ejemplar objeto de nuestro deseo, pese a que la zona ha sido ya rastreada, en ocasiones, con poco respeto: los puntos en los que han sacado guíscanos no se han vuelto a cubrir y el micelio (especie de raíces de las que fructifican las setas) queda expuesto y puede malograrse; también se han cortado sin ton ni son setas que los recolectores no se han llevado para consumir. El primer robellón aparece, enorme, bajo las hojas de ródeno. Sus acículas son más gordas que las del pino carrasco y conservan más la humedad, por eso las prefieren como cobertura. Cortamos el pie con la navaja y tapamos el lugar con las hojas de pino otra vez. Para confirmar su autenticidad, comprobamos que en la zona del corte la seta secreta un látex rojizo, sanguinolento. Con sombrero anaranjado, cóncavo pero con una depresión en el centro y pie gordo y corto, el líquido rojizo es lo que las diferenciará de otros 'Lactarius', un poco más blanquecina de color y que secreta látex blanco.
Es importante colocar los níscalos con el himenio boca abajo en la cesta, para que las esporas vayan cayendo al suelo durante la entretenida excursión. Después de tres horas de búsqueda, varios arañazos y pinchazos, nos marchamos a casa con una recolección que nos permitirá disfrutar de un buen plato de exquisitos y sabrosos níscalos. Y también con la experiencia de haber descubierto numerosas especies: del género 'cortinarius', la mayor parte tóxicas; 'Boletus lupinus', del grupo de los boletus pero bastante tóxica; 'Suilus granulatus', comestible y muy consumida en Francia; yesqueros, hongos descomponedores de los afiloforales y no comestibles; 'Amanita vaginata', de la familia de 'muscaria' (la roja de los duendes del bosque); otras del género 'Hebeloma', tóxica y cuyo olor tiene matices afrutados y a chocolate; y una 'Inocybe' con sus particulares olores a excremento de caballo o a semen. Cosas de la madre naturaleza.
Solo resta esperar a que llueva para disfrutar de otra adictiva aventura en busca de setas.