«Creo más en el destino que en las casualidades», me comentó mi buen
amigo Paco Montoya, cuando coincidí hace 15 días con él y con el
polifacético artista cartagenero Juan Pedro Esteban en el bar de la
pescadería del barrio de Santa Lucía. En este singular local nos atendió
Mario Losa que ayuda su hijo Joaquín, tercera generación de una familia
que ya tiene a la cuarta, sus hijos Pedro y Carmen Martínez, en
pruebas.
En la fachada de popa está la obra de Juan Pedro, un graffiti del
Pinacho, las redes, los faros, los bloques y la bocana que se puede ver
mientras se disfruta de un café asiático, de una láguena, de un reparo o
de uno de los 'gin fizz' que sirven, con base de jarabe de limón y
ginebra.
En esas estábamos cuando se incorporó a nuestra mesa Rufino, que se
sorprendió de la ausencia de, pescado fresco para hacer a la plancha y
acompañar a unas cañas. Mario recogió rápidamente el guante y dijo que
todo se andará, ya que sabe del potencial turístico de este rincón tan
marinero de la ciudad.
A media mañana partimos hacia la diputación de La Magdalena en la que hay pueblos tan bonitos como el Pozo de los Palos, San Isidro, El Palmero y los Puertos de Arriba y de Abajo, Molinos Marfagones y La Magdalena. A la ida me contaron lo comprometida que está la asociación vecinal en despertar la conciencia de los cartageneros respecto al valor de las poblaciones rurales que circundan la Trimilenaria y la abastecieron durante siglos de esparto, trigo, almendras, aceite, leche, carne y huevos.
Muchas son las necesidades de esa zona, cuyos habitantes siempre han
tenido la sensación de no gozar de las mismas oportunidades que los de
la urbe. A pesar de las dificultades, ellos siempre han valorado su
tranquilidad y poder disfrutar del entorno natural, de los molinos de
viento, de las ermitas, de los aljibes y de las torres.
Por eso, la asociación intenta rescatar la memoria histórica, para
preservar las tradiciones rurales. Como sus miembros dicen, la
Trimilenaria siempre ha mirado al mar, rodeada de murallas y ha vivido
un poco de espaldas a las gentes del campo. De ahí el concurso 'Dibujo y
murales infantiles de nuestro campo», al que se han presentado más de
750 trabajos de niños. Un jurado de primer nivel premiará a quienes
mejor transmitan las tradiciones y los valores del campo. A la vista del
interés que ha despertado entre los alumnos por conocer nuestra tierra y
sus tradiciones, seguro que cada año irá a más.
La presidenta vecinal, Gini García Conesa, y su directiva nos
acompañaron en un paseo excepcional por rincones inéditos, con una
magnifica oferta gastronómica. La primera parada fue en La Barraca de
Molinos Marfagones, donde tomamos una cerveza con embutido, continuamos
ruta hacia el Pozo los Palos, donde encontramos un taller de elaboración
de pan y queso. Hicimos un alto en el Mesón El Pozo para tomar un vino
con unos callos con garbanzos y una tapa de exquisitos michirones que
hacen todos los domingos. Mas tarde compramos pan de leña, torta de
chicharrones y unas ricas empanadillas en una buena panadería.
Continuamos hacia Cuesta Blanca. En la terraza de la antigua tienda
de Ángel de Antolín, hoy Venta Ana, tomamos unas cañas frescas y habas
con embutido, de las que te transportan a otros tiempos, con el encanto
de su mostrador y de sus armarios llenos de ultramarinos. Después de ver
la Torre Rubia, una edificación defensiva, la Torre del Moro, la Corona
en Perín y el Molino del Tío Jarapa, conocido como Molino de los
Frailes, nos trasladamos a El Palmero. Allí nos prepararon unos callos
de cordero y un plato de pulpo asado que nos saltaron las lágrimas al
primer bocado.
Seguimos nuestra ruta hacia San Isidro con escala en la cantina del
local social, que antes era la tienda-bar de Damián Aranda y donde aún
se puede encontrar uno de esos antiguos murales de 'La cerveza del
Sureste Azor', que muchos recordarán. Allí nos obsequiaron con unos
michirones y buen vino del campo, todo ello en pequeñas cantidades, ya
que aún nos quedaba llegar a la meta en el lugar donde antiguamente
estaba el Horno de Melitón, hoy cerrado, en La Magdalena. Llegamos al
local social donde nos esperaba una paella de conejo y una ensalada de
la tierra, sin adornos, preparada en El Gato Negro junto al Museo
Etnográfico de Los Puertos, que es otro de esos sitios donde se come de
categoría.
En poco tiempo dimos buena cuenta de todo ello, mientras
continuábamos con la tertulia en el corazón de la zona oeste, como le
gusta decir a la directiva de la asociación. Así surgió la propuesta de
hacer una ruta en bicicleta por los caminos y veredas, para conocer la
flora de la zona el próximo domingo. Allí les dejamos, preparándolo todo
y tratando de sacar adelante todos los proyectos que tienen en mente,
como la recuperación de la Cueva de los Moros, hoy abandonada y que, con
una pequeña inversión, será una zona a visitar.
Está comprobado que con ganas, se consigue todo. Ejemplo de ello es
la Asociación Cultural La Chamba de Amigos de los Bolos Cartageneros que
han creado. Ilusión y ganas no les faltan, tan solo un poco de apoyo
municipal que, estoy seguro, se podría conseguir, porque 'el oeste
también existe', y se puede visitar y disfrutar como el resto de la
Trimilenaria. Termino hoy con un pensamiento de mi buen amigo, el padre
Paulino, «Es bueno traer la historia al presente, no para estar
añorando, sino para que sea enseñanza maestra».
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