La Jugoplastika, el último equipo que reinó 1.000 días
Jugoplastika y, después, Pop 84. Nunca supimos muy bien qué
representaban aquellos nombres, pero sonaban genial. Cómo no bautizar
así al equipo de los recreos, aunque sólo fuera por imitar a esos genios
rebeldes que cada primavera asaltaban Europa. Nunca hubo nada igual,
exactamente 1.107 días de reinado imberbe, desde el 6 de abril de 1989
en Múnich al 18 del mismo mes de 1991 en París, siempre el Barça
devastado por la elegancia de Toni Kukoc, el poderío de Dino Radja o la eficacia de Perasovic.
Sólo
había ocurrido una vez: en la prehistoria el ASK Riga encadenó tres
Copas de Europa consecutivas (de 1958 a 1961, las tres primeras). Nunca
ha vuelto a suceder y eso que hubo, antes y ahora, proyectos de quilates
forjados para ese tipo de hazañas. El millonario CSKA de estos tiempos
que buscará el próximo fin de semana revalidar corona en la Final Four
de Estambul. Aquel Barcelona de Aíto García Reneses, con lo mejor del panorama nacional, y Audie Norris, Steve Trumbo o Piculín Ortiz, entre otros; el Maccabi de entonces (Doron Jamchi, Kevin Magee...); el Aris de Nikos Gallis y Panagiotis Giannakis... Para alguno de aquellos estaba reservada la gloria de suceder a la Phillips de Milán, pero el grupo salvaje de Bozidar Maljkovic, que no alcanzaba a los 23 años de media, iba a sorprender al mundo.
Boza había acudido un tiempo antes, discípulo de mitos como Asa Nikolic y Ranko Zeravica,
cuando el club de Split no era demasiado. Con una filosofía clara bajo
el brazo, la de las dos únicas posibilidades para él entre canastas:
«sprint o stop». Y una espartana hoja de ruta: «Todavía tengo pesadillas
de lo mucho que sufrí. No nos daba un minuto de aliento», suele
recordar Perasovic. El último éxito de los croatas se remontaba a 1977,
pero en su cantera se desarrollaban ya los embriones. Kukoc y Radja,
irreverente pareja, capaz de destrozar en la inolvidable final del
mundial júnior de Bormio a EEUU (11 de 12 en triples el alero ante los
yankees en el enfrentamiento de la primera fase), campeones de la Liga
yugoslava un año después. Y ahí, en ese caldo de competitividad
balcánica se forjaba la leyenda de este grupo, que irrumpía en las Final
Four como William Munny a la taberna: «Todo el que quiera seguir con
vida será mejor que se largue». Porque la pujanza doméstica era feroz.
El Partizán de Vlade Divac, Zarko Paspalj y Djordjevic; la Cibona de Drazen Petrovic; el Estrella Roja de los Zoran, Jovanovic y Radovic; el KK Zadar de Vrankovic y Komazec, el Olimpia de Ljubliana de Jure Zdovc...
Si
a Múnich acudieron cual Cenicienta, pregonados estaban un año después
en Zaragoza -en la Final Four que supuso la inauguración del Príncipe
Felipe-, pero ni Limoges en semifinales ni el Barcelona en el desenlace
pudieron hacer nada. Tampoco en 1991, el broche en París, ya sin Radja
ni Ivanovic, con la rareza de su primer americano (Avi Lester) y con Maljkovic en el banquillo de enfrente en la final, otro revés azulgrana, esta vez con Zoran Savic como
héroe (27 puntos). No sólo era la tercera corona continental, antes de
desintegrarse, justo al mismo tiempo que estallaba una guerra
fratricida, estaban firmando el segundo triplete consecutivo (Copa y
Liga yugoslava) para hacerse respetar, ya por siempre: el mejor equipo
de la historia del baloncesto europeo.
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