Los Puertos en blanco

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Nevada 18 de Enero de 2017

sábado, 25 de abril de 2020

Tintín en el lado oscuro: el pasado antisemita, racista y colonialista del reportero belga

Tintín en el lado oscuro: el pasado antisemita, racista y colonialista del reportero belga

Orientada por un religioso cercano al ideario de Mussolini, la primera entrega de la obra de Hergé –Tintín en el país de los Soviets– está repleta de guiños propagandísticos.

La segunda –Tintín en el Congo– es un retrato paternalista de los habitantes nativos del Congo Belga.

Sólo a partir de la tercera pieza, Tintín en América, Hergé pudo empezar a desarrollar toda la grandeza de un personaje excepcional.




En la página 35 de la edición española de Tintín en el país de los Soviets (Editorial Juventud), el reportero belga creado por Hergé se acerca a una concentración en la que se decide qué lista gana las elecciones. “Camaradas, se han presentado tres listas… ¡Una es del partido comunista!”, dicen unos militares sobre un estrado. “Los que se opongan a esta lista que levanten la mano. ¿Quién se declara en contra de esta lista?”, preguntan mientras apuntan a la muchedumbre con sus armas. “¿Nadie? Proclamo vencedora por unanimidad la lista comunista”, zanja orgulloso el soviet.
En la página 78 de la misma edición, Tintín llega a Moscú y mira a su alrededor: sólo ve pobreza y desolación. “De la ciudad tan maravillosa que era Moscú, mira lo que han hecho los soviets: ¡un lodazal infecto!”. 
En la misma página, pocas viñetas después, el reportero rubiales se asoma a una cola en la que se reparte pan. El funcionario al cargo les pregunta a los niños si son comunistas. Sólo si responden afirmativamente les da su ración. “Otra plaga de la Rusia actual: bandas de niños abandonados, vagabundeando por las ciudades y los campos y viviendo del robo y la mendicidad”, dice Tintín. “Pobres críos”, le responde Milú. 
Más adelante, en la página 104, un malherido Tintín se despierta en un lugar que no reconoce. Le han secuestrado. Cuando pregunta por su paradero, su captor le dice lo siguiente: “Estás en el escondrijo donde Lenin, Trosky y Stalin han ocultado los tesoros robados al pueblo”.
Son sólo cuatro ejemplos que dejan claro cristalino que detrás de las primeras aventuras del entrañable periodista belga había un evidente trasfondo político. Pongámonos en contexto: la primera serie de Tintín –ésta, la de los Soviets– se publicó originalmente en el suplemento juvenil Le Petit Vingtième entre el 10 de enero de 1929 y el 8 de mayo de 1930. Hablamos de la Europa de entreguerras, etapa en la que el fascismo ya mostraba sus colmillos a la espera de revelarse como el demonio que terminó siendo.
Tintín en el país de los Soviets (1929-1930).
© Fotografía: D. R.
Tintín en el país de los Soviets
Norbert Wallez, sacerdote y periodista belga, dirigía el periódico Le Vingtième Siècle, hogar del suplemento en el que arrancan las tiras animadas de Tintín. Wallez, ultraconservador y simpatizante de las doctrinas de Mussolini, aprovechó su puesto al mando del diario para hacer propaganda… aunque él prefería decir que dirigía un "periódico católico para la doctrina e información”. 
Como no podía ser de otra manera, el abate también se declaraba –así lo corroboran muchos de sus artículos– antisemita, antimarxista y anticomunista. Ahora lo vemos con otra perspectiva, pero estas ideas eran habituales tanto en Bélgica como en buena parte de la Europa occidental de la época. El patriotismo, el catolicismo, la moral estricta y la disciplina marcaban la pauta.
En el periódico de Wallez trabajaba desde 1927 Georges Remi (nombre real de Hergé, seudónimo con el que pasaría a la historia), a quien el abate encargó dirigir Le Petit Vingtième desde su lanzamiento en noviembre del 28. El objetivo era claro: crear tiras que inculcasen el ideario sociopolítico de Wallez a los jóvenes lectores del suplemento. Es decir, inocular en la mente de los chavales el sentimiento profascista y antisemita del abate a través de un intrépido periodista y de su entrañable perrete
Así nació Tintín en el país de los Soviets, un preclaro instrumento de propaganda en el fondo y un rudimentario ejercicio artístico en la forma. La historieta, no obstante, fue un éxito inmediato, logrando explotar el sentimiento anticomunista y el miedo (al) rojo.

Racismo y colonialismo

El éxito de Tintín en el país de los Soviets le permitió a Hergé volar al margen del dictado del religioso, si bien es cierto que aún tuvo que tragar con otra tira que hoy le saca los colores al más desvergonzado. 
Hablamos de Tintín en el Congo, una serie que con el paso de los años ha sido objeto de críticas tanto por su actitud racista y colonial como por su exaltación de la caza mayor. El conflicto llega incluso al siglo XXI: un ciudadano belga de origen congoleño pidió en 2007 que se retirase el cómic de todo espacio público por constituir una “apología de la colonización y del racismo”. En 2011, un tribunal belga rechazó la petición: "El cómic no era racista en 1931, aunque sí pueda serlo a la luz de la mentalidad actual”.
Recordemos, por tanto, que estamos valorando dos historias escritas hace 90 años en un contexto muy diferente al actual: en los 30, cuando se empezó a publicar la tira, esta representación paternalista apenas generó controversia porque la manera de actuar del reportero animado entraba dentro de lo que se consideraba normal (que conste también que estamos evitando hablar de las prácticas genocidas de Leopoldo II, rey de los belgas, en el país africano, las cuales le dan otra vuelta de tuerca más a lo inapropiado del contenido del tebeo). 
En realidad, la actitud del “blanquito” occidental hacia el “negrito” africano (las comillas no son gratuitas: en esos términos se menciona a unos y otros en el tebeo) sólo comenzó a cambiar a mejor durante la descolonización de los años 50, un proceso que culminó en la independencia del país en 1960.
En la versión a color de 1946, Hergé suprimió algunos detalles colonialistas.
© Fotografía: D. R.
Tintín en el Congo
Sea como fuere, Tintín en el Congo representa a los congoleños como seres infantiles, perezosos y estúpidos que dependen de las enseñanzas del hombre europeo blanco. En la última página del tomo, unos nativos arrodillados hacen reverencias a una figura de Tintín tallada en madera. Otra barrabasada más.
Muchos tintinólogos –y cualquiera que tenga algo de sentido común– consideran estas dos piezas como las peores de la obra de Hergé. De hecho, él mismo terminó renegando de ellas, sobre todo de la primera, la cual calificó como una “transgresión de juventud” (es más: fue la única que Hergé se negó a colorear en las sucesivas reediciones). 
Porque al margen de su trasfondo sociopolítico –recomendamos encarecidamente su lectura; es una manera maravillosa de viajar en el tiempo para entender el contexto de una época convulsa–, estas dos primeras historias son, básicamente, una sucesión de gags más o menos divertidos en los que la trama y la estructura brillan por su ausencia. 
De hecho, Hergé reconoció haber escrito sus primeras tiras sin guion ni orden; apremiado por la necesidad de entregar su trabajo, rellenaba viñetas como buenamente podía pocas horas antes del cierre del suplemento.
A partir de la tercera entrega, Tintín en América (1931), la colección cobró forma e identidad: las aventuras del reportero estaban organizadas dentro de una historia que mezcla gánsteres, contrabando y un plan para acabar con Tintín. De algún modo, el chaval se profesionalizó a la tercera. 
Sea como fuere, las dos primeras series también nos ayudan a entender la grandeza de un personaje único en la historia del cómic, un tipo de flequillo rubio y trazo fino que ha elevado el tebeo europeo a la categoría de arte. 
A fin de cuentas, ¿quién no ha cometido algún que otro error de juventud?

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